viernes, 26 de agosto de 2016

Venezuela, la Gran Alameda

Por medio del presente escrito se podrá visualizar un breve enfoque sobre las semejanzas que existen entre el Chile de 1973 y la Venezuela actual. Esto es sólo una, de las tantas pruebas que existen, para determinar una gran verdad que emerge en nuestro país durante los últimos años. Todo esto es extraído del libro La casa de los espíritus de Isabel Allende, quien tuvo que exiliarse en nuestro país luego que la dictadura de Pinochet tomara sus riendas en Chile.

Uno de los textos de mayor relevancia es el siguiente:

 “(…) El pueblo se encontró por primera vez con suficiente dinero para cubrir sus necesidades básicas y comprar algunas cosas que siempre deseó, pero no podía hacerlo, porque los almacenes estaban casi vacíos. Había comenzado el desabastecimiento, que llegó a ser una pesadilla colectiva. Las mujeres se levantaban al amanecer para pararse en las interminables colas donde podían adquirir un escuálido pollo, media docena de pañales o papel higiénico. El betún para lustrar zapatos, las agujas y el café pasaron a ser artículos de lujo que se regalaban envueltos en papel de fantasía para los cumpleaños. Se produjo la angustia de la escasez, el país estaba sacudido por oleadas de rumores contradictorios que alertaban a la población sobre los productos que iban a faltar y la gente compraba lo que hubiera, sin medida, para prevenir el futuro. Se paraban en las colas sin saber lo que se estaba vendiendo, sólo para no dejar pasar la oportunidad de comprar algo, aunque no lo necesitaran.
Surgieron profesionales de las colas, que por una suma razonable guardaban el puesto a otros, los vendedores de golosinas que aprovechaban el tumulto para colocar sus chucherías y los que alquilaban mantas para las largas colas nocturnas. Se desató el mercado negro. La policía trató de impedirlo, pero era como una peste que se metía por todos lados y por mucho que revisaran los carros y detuvieran a los que portaban bultos sospechosos no lo podían evitar. Hasta los niños traficaban en los patios de las escuelas. En la premura por acaparar productos, se producían confusiones y los que nunca habían fumado terminaban pagando cualquier precio por una cajetilla de cigarros, y los que no tenían niños se peleaban por un tarro de alimento para lactantes (…)”

Estos hechos no están nada lejos de lo que ha venido ocurriendo en Venezuela los últimos años. Pues, ciertamente, los rumores, las compras compulsivas los profesionales de las colas y el actuar del Estado para impedir estos hechos, son parte del día a día de esta guerra desatada y declarada por aquellos que narran estos hechos como bandera política en Venezuela.

En este mismo orden de ideas, el capítulo denominado La Conspiración, contiene entre sus líneas un párrafo que llama poderosamente la atención:

“Mejor destinamos ese dinero a comprar todos los medios de comunicación, así podremos manejar a la opinión pública, que es lo que cuenta en realidad.”

Desde hace muchos años, los medios de comunicación han sido vistos como un buen negocio para aquellos que tienen interés en lograr el manejo de la opinión pública, a los fines de conservar entre sus manos una especie de sumisos que se mantengan conformes con sus mentiras, sin tener interés alguno de verificar la realidad de los hechos. Esto a pesar, de vivir a flor de piel la realidad. Por lo tanto, estamos ante otra semejanza que se refleja entre estas época tan distantes, pero a la vez tan iguales.

El cambio que piden los adversarios a la Revolución Bolivariana es la misma implementada en Chile a partir de 1973, los deseos expresados actualmente en Venezuela por el sector opositor son los mismos ejecutados en la dictadura de Pinochet:

“(…) La censura, que al principio sólo abarcó los medios de comunicación, pronto se extendió a los textos escolares, las letras de las canciones, los argumentos de las películas y las conversaciones privadas. Había palabras prohibidas por el bando militar, como la palabra “compañero”, y otras que no se decían por precaución, a pesar de que ningún bando las había eliminado, como: libertad, justicia y sindicato.”

A pesar que La casa de los espíritus es un libro publicado hace muchos años, y que habla de los tiempos del gobierno de Salvador Allende, en el cual se demuestra el sin fin de maltratos coactivos y coercitivos en la sociedad, hay muchos que actualmente han y siguen decidiendo olvidar lo ocurrido. Por tal razón, el siguiente texto es quizás uno de los más acertados:

“(…) La memoria es frágil y el transcurso de una vida es muy breve y sucede todo tan deprisa, que no alcanzamos a ver la relación entre los acontecimientos, no podemos medir la consecuencia de los actos, creemos en la ficción del tiempo, en el presente, en el pasado, en el futuro, porque puede ser también que todo ocurre simultáneamente.”
Y ese es el problema: La memoria es frágil, el transcurso de la vida es breve, los medios de comunicación suelen ser grandes negocios, el consumismo hace estragos en la sociedad, los antivalores parecieran prevalecer ante las dificultades. Entonces, con todo esto, nos damos cuenta que no siempre todo depende de un gobierno, sino que todos somos corresponsables.

El que no aprende de su historia, la repite. La historia de América Latina nos pertenece a todos. Los adversarios siguen siendo los mismos. La historia es nuestra, y la hacen los pueblos. Como dijera Salvador Allende en su último discurso: 

"Sigan  ustedes sabiendo, que mucho más temprano que tarde, de nuevo, abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor."

Y esta gran alameda que se abrió en Venezuela, no se cerrará. La historia final de Allende no se repetirá.

¡Viva Chile! ¡Viva Venezuela! ¡Viva la Patria Grande!

"¿La historia se repite? 
¿O se repite sólo como penitencia de quienes son incapaces de escucharla?"
Eduardo Galeano.

                                                                                

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